*Primera edición en portuguésel 8 de septiembre O Globo (aquí)
por Maria Netto, Directora Ejecutiva del Instituto Clima y Sociedad (iCS); Marcello Brito, Secretario Ejecutivo del Consorcio Amazonia Legal; Marcelo Furtado, Director de NatureFinance y Jefe de Sostenibilidad de Itaúsa.
La economía depende al 100% de la naturaleza, desde el agua que bebemos y el aire que respiramos hasta los teléfonos móviles sin los que no podemos vivir. Brasil es una potencia medioambiental, rica en biodiversidad y recursos hídricos, con una matriz energética renovable y una población optimista. Estas ventajas competitivas son un activo estratégico para asegurar el futuro y contribuir a resolver la crisis climática mundial.
En el pasado, los fenómenos climáticos extremos fueron denunciados por Graciliano Ramos en Vidas Secas -destacandoel impacto de las sequías en el Nordeste como motor de la migración y la pobreza- y por Erico Verissimo en O Tempo e o Vento, mencionando las adversidades climáticas en el Sur. Décadas después, asistimos a un aumento de la frecuencia e intensidad de estos fenómenos. Con el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero y el fenómeno de El Niño, estamos batiendo récords de altas temperaturas: se prevé que 2024 sea aún más caluroso que 2023.
Este escenario trae desafíos, como las inundaciones en Rio Grande do Sul y los incendios forestales que afectan a la Amazonia, el Cerrado, el Pantanal y la Mata Atlántica, con enormes impactos humanos y económicos, destrucción de infraestructuras y pérdida de vidas. Un Brasil más caluroso es la nueva normalidad. Para revertir esta situación, necesitamos que la naturaleza y la economía estén alineadas con su valor en la generación de empleo e ingresos.
Un mundo cambiante requiere nuevas perspectivas sobre el valor de la naturaleza. La bioeconomía es una pieza crucial en la búsqueda de una economía que beneficie a la naturaleza, al clima y a las personas. Aquí es donde debemos invertir urgentemente, combinando financiación con concienciación de los consumidores, políticas públicas eficaces y regulación. Aquí abordamos amplios aspectos de la bioeconomía, desde la sociobioeconomía hasta la utilización de la naturaleza como infraestructura y la biotecnología.
Brasil creó una oportunidad durante su presidencia del G20, un grupo responsable del 85% del comercio mundial y del 80% de las emisiones. Se espera que la Iniciativa de Bioeconomía del G20 (GIB) genere diez principios que organizarán "qué" y "cómo" puede integrarse la bioeconomía en la economía mundial y hará recomendaciones sobre cómo promover y financiar el sector.
En su última reunión presencial de esta semana, el GIB recibirá el informe Financing a Sustainable Global Bioeconomy, unanálisis pionero del momento actual y las oportunidades en la interacción entre finanzas y bioeconomía. Producido por NatureFinance y el Foro Global de Bioeconomía, es una contribución de 21 organizaciones del sector privado, académico y ONG que han apoyado los esfuerzos del GIB, incluyendo el fomento de avances sobre el tema en la próxima presidencia del G20 (Sudáfrica) y la conexión con conferencias clave de la ONU: la Conferencia sobre Biodiversidad en Colombia y la Conferencia sobre el Clima (COP30) en Belém (PA). El informe se dará a conocer el 12 de septiembre en un acto que tendrá lugar en Río y en el que se debatirá la gama de instrumentos de financiación de la bioeconomía, los retos, las tendencias y las innovaciones.
Valorado en 4 billones de dólares anuales, el sector podría dar un salto hasta los 30 billones, pero para ello serán necesarios compromisos gubernamentales, asociaciones público-privadas, cooperación internacional, gobernanza y financiación. Existen importantes retos, como la falta de mecanismos financieros adaptados a las características específicas del sector, la percepción de alto riesgo por parte de los inversores y la falta de claridad normativa y de métricas. Brasil cuenta con ejemplos de superación de estas barreras mediante la combinación de innovación financiera, asociaciones público-privadas y políticas públicas que reducen las incertidumbres y fomentan las inversiones sostenibles e inclusivas.
También es esencial respetar la diversidad cultural y los conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas y las comunidades locales, con una visión integrada, de la que puede depender el éxito de la bioeconomía como vía para alcanzar objetivos de equidad, especialmente en un mundo aquejado por el cambio climático. Financiar la bioeconomía es invertir en nuestra supervivencia, a largo plazo y de forma equitativa.